A veces desearía ser como Randolph Carter y entrar en un ciclo onírico.
Más que nada por aquello de dormir.
Malditas ojeras gasto. Cara que se afila y, pese a que no me disgusta, creo que debo ser de los pocos españoles que piensa en engordar.
Dame de comer y hazme feliz. Concretamente gazpacho o salmorejo.
Pero bueno, no hay nada de eso en la nevera y tampoco ronda el sueño por mi cama. ¿Dónde estará?
Por experiencia sé que ni lo cojo a tiempo, se va.
Como los trenes, como tanta otras cosas de la vida. El dolor también.
Y el dinero. Los dientes y otros tejidos incluidos.
En estos momentos de impasse nocturno la cabeza se activa y en algunas noches se vuelve hasta creativa.
A su estilo, fluye, va y viene y por el camino, los viejos de Albacete.
Un Orden Mundial vendrá bien, seguro, pero primero en la vida y en los genes, que vaya nenes más caprichosos me salieron: venga, creciendo el cuerpo a su manera.
Maldita rehabilitación, la rodilla es como una caja de alfileres. Pincha hasta sin querer.
Pero vamos a darle caña, que quiero volver a sentir la sensación y el palpito de jugar un partido intenso.
La vida es intensidad.
En otros ámbitos es conversación y transmitir sensaciones. Y estas cosas sé muestran mucho en una seria que adoro: SAINT SEIYA, en su versión OMEGA.
El capítulo 27 me ha dejado encantado y sorprendido por el giro que pega.
Muestra la crudeza y las ambiciones que a veces nos nublan e impiden ver que no todo es justificable, pero siempre se deja un punto a la esperanza.
Y eso mismo me ha dado por pensar de las últimas películas de Woody Allen.
Muestra un amor crudo, que vive en la mentira o la rutina. Estar por estar y dejarse llevar por lo establecido.
Sin embargo, pequeños cambios dan la vuelta al mundo conocido.
Unos ganan, otros pierden... pero al final Woody deja vislumbrar nuevos amaneceres.
Y dicho esto, me quedan 4 horas de sueño que debería intentar aprovechar antes de que llegue el alba.
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