sábado, noviembre 10, 2007

Los sueños, a veces, se cumplen.

No anda del todo contento el párraco de Alarcón, un bello pueblo de Cuenca situado a medio camino de Madrid y Valencia. Con media sonrisa, pero con mohín preocupado, el cura, Luis Martínez, comenta que por la mañana ha leído en la prensa un artículo que decía que se había opuesto a un proyecto que casi considera hijo suyo. No lo entiende. Fue él quien en el año 94 le habló a Jesús Mateo, entonces un jovencísimo pintor con poca experiencia, de una iglesia desacralizada, a la que sólo le quedaban en pie algunos arcos y muros y a la que el tiempo había devorado.

Situado en plena plaza, el templo de San Juan Bautista era un esqueleto que, a modo de maceta olvidada, sólo contenía malas hierbas y daba cobijo a alguna oveja perdida que buscaba comida entre sus recovecos. Un cadáver que a duras penas daba testimonio de lo que fue, cuando dos siglos atrás aún se daban allí misas.



Una conversación durante una cena, decenas de complicados bocetos, muchas negociaciones y los siete años de trabajo solitario de Jesús Mateo sobre el andamio convirtieron el lugar en uno de los principales focos de atracción de la localidad.

Se trata de una especie de cueva prehistórica, un fresco de la lucha entre el hombre y la Naturaleza, que impresiona al visitante y hace que se sienta muy pequeño. Superado el primer impacto, se descubren en cada rincón las influencias de otros artistas y, por supuesto, se percibe que allí hubo un sueño, un deseo. Y lo mejor, que se ha cumplido.



El edificio es hoy una obra de arte singular y cuando su autor ya está inmerso en otros trabajos de envergadura menor, un libro le ha devuelto a aquellos años y a aquellos retos. Titulado 'El noveno día de la creación' (La Fábrica Editorial), celebra el décimo aniversario de la declaración de interés artístico mundial por parte de la UNESCO (única obra contemporánea española con esta distinción) y recoge la visión del fotógrafo José Latova, acompañada de letras tan significativas como las de Ernesto Sábato, José Saramago o el poeta Francisco Brines.

"Se ha realizado", afirma este último durante la presentación de los dos volúmenes, aludiendo así a la expresión bíblica. Aunque las pinturas no tengan significación religiosa alguna, el recinto obliga y el poeta incide en el misterio, en la magia y hasta en la mitología: "Él, al contrario que Penélope, logra con el hilo la creación de Ulises".

Para Brines, la obra, "una maravilla", es "un retroceso a los orígenes", a las pinturas rupestres que todavía no reflejaban ni movimiento ni formas humanas o animales. "El siglo XX es el ocaso del mundo plástico. Necesitamos que vuelva la luz". Y para él Mateo, con su iglesia de Alarcón, lo consigue.

El regreso al pasado, a una perspectiva casi olvidada, también es una característica que destaca el filósofo José Antonio Marina. "El arte moderno se ha vuelto muy apresurado y Jesús le ha dado a esta obra paciencia y tenacidad. No ha optado por el camino más fácil, como ocurre en el arte actual. Esta obra es el triunfo de una persona a la que no le vale cualquier cosa. Que se empeña en lo duro y lo complicado". "Haber conseguido esto es un milagro".



Un milagro que resume más de 2.000 jornadas de trabajo, de contacto íntimo con unos muros del que ya sólo queda el recuerdo del artista: "Añoro esos días. ¿Milagro? Cuando subí allí sabía que iba a terminarlo, lo realmente milagroso fue el apoyo que recibí y que mis sueños puedan trascender y llegar a mucha gente".

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya, que iglesia "exotica"! Me encanta el estilo. Digo que vale la pena de un viaje. PQ

L.V. dijo...

Tiene que ser curiosa, sí.