viernes, agosto 31, 2012

DE LA A A LA Z

Atardecía en la carretera y el cielo mostraba la gama de colores que guarda para despedir los últimos momentos del día.
Volvía a Madrid y mientras conducía apreciaba ese momento que, aunque se repite 365 días al año (366 éste bisiesto y olímpico), apenas apreciamos 8 veces a lo largo de los 12 meses.

Me encantan los atardeceres. Son el preludio de la noche y sirven de aviso visual al ocaso de la jornada.
El día empieza muy pronto para mi gusto y acaba en su justo momento con un espectáculo que llena el cielo de fuego, sangre y vino.

Hoy en ese atardecer se iba el día, pero no se iba solo.
Se iba con mi verano, uno más, siempre intensos, deportivos y plagados de recuerdos y momentos familiares en Benicassim.
Y en esos sueños del pasado se iban también las imágenes de los míos que ya no están. Esas ausencias duelen con lágrimas y dolerán siempre y, al ver que sumas un verano más, sabes que en algún lado el que domina el tiempo y el firmamento ha quitado ya la hoja de este verano del calendario vital. Uno más y uno menos a la vez: irónico.

Si pudiera pararía el tiempo.
Si pudiera volvería unos años atrás.
Si pudiera traería de nuevo a mí a los que ya no están.
Pero no puedo.

El día se acaba y comienza el lento caminar de la noche que en su oscuridad entrega en estos días la mejor de las versiones de la Luna.
Mañana vendrá otro amanecer.
Empieza con la A, al igual que el alfabeto y termina... espero que termine bien y que la oscuridad que traiga la noche se acabe llevando la mía propia. Y eso sí que puedo lograrlo.
Para ello hay un secreto: alimentar la parte que deseas potenciar de ti.

El día es luz y oscuridad.
Las personas igual.
No podrás traer a nadie de los que marcharon, pero nuevas personas se mostrarán en tu camino para que las hojas que queden por gastar se sigan rellenando y no quede ninguna en blanco.
Suena brillante.

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