En un cordillera sin nombre, una montaña se erige por encima de todas. Parte de un paisaje encantador, se muestra imponente y aparentemente inaccesible. Pero eso no significa que sea imposible.
En la noche hay un escalador novel que arriesga su vida para llegar a lo más alto.
Tiene el cuerpo y la mente al límite, pero eso no le impide sentir una felicidad que brota
desde dentro. Una felicidad compartida con toda la expedición, porque no viaja solo.
Los miembros del grupo son igualmente importantes en este momento, nadie sobresale.
Cada uno porta una historia y el escalador principiante recuerda lo vivido hasta ahora. Se acuerda de los suyos cuando nieva y al imaginar las estrellas que están al otro lado del techo de la tienda de campaña deja caer una lágrima entre sus párpados a medio congelar.
Si pensara en los obstáculos no podría dormir, pero los ha ido superando uno a uno (o de dos en dos si era necesario) y se han transformado en historias que contar.
Todos han quedado atrás, lejos, olvidados y sepultados tras las nieves y los soles de los días siguientes.
No tiene miedo. Muestra una seguridad y un aplomo más propio de un experto veterano que de un recién llegado a esta actividad.
Ahora se acerca la cima y en la cabeza la idea de hacer cumbre, ese momento soñado, se eleva tan alta como la montaña.
Sin embargo, las nieves y las temperaturas extremas de la noche han convertido el camino en un terreno sólo apto para suicidas.
Hay miradas entre los compañeros, nuestro alpinista busca un gesto de complicidad que rompa el hielo y marque el camino. Tan cerca, tan lejos...
Momento adecuado para realizar una parada técnica: charlas y consejos para llegar en las mejores condiciones y evitar sobresaltos se hacen presentes.
El joven no pone atención a las palabras. Recuerda su experiencia y encuentra la solución: "desandaremos parte del camino para probar uno nuevo. Aunque sea más largo nos llevará a nuestro objetivo. Mi vida personal me ha mostrado que no siempre el camino que se nos muestra es el adecuado. El camino hay que crearlo, el camino somos nosotros, nuestros pasos, nuestras huellas. La dirección correcta es aquella que te lleva a lo que anhelas."
El grupo se mira y decide atender a las palabras escuchadas. Se traza una nueva vía que se tomará al día siguiente.
Le preguntan: "¿son los demás en tu mundo cómo tú?"
Y él contesta: "ni lo sé, ni lo quiero pensar".
Una sonrisa se dibuja en algunas comisuras ante la respuesta propia de un joven.
"El frío está fuera, pero dentro llevas una llama vital" le espeta el mayor del grupo. "Si te lo propones, esta no será la única cima que conquistarás".
Él se queda pensativo y guarda esa frase en diferentes apartados de su cuerpo. Lo guarda en lo más hondo para no perderla nunca y hace dos copias que tatua en el área de Broca y en el de Wernicke.
Pasa la noche, amanece y a los primeros rayos del sol de invierno la expedición termina de recoger sus pertenencias.
Es el momento. Uno, dos... en marcha.
Mientras la expedición avanza, la imposibilidad de articular palabras le lleva a concentrarse canturreando interiormente canciones. Les cambia las letras para hacer que las que tienen una historia triste se conviertan en las canciones más intensas y bonitas que se podrían escuchar. Los finales imposibles son posibles.
Las palabras que guardó resuenan fuerte en su interior.
Se dice así mismo "si algo he aprendido lo tendré que practicar. Saldré vivo de esta aunque no quiera hacerlo más".
**********
(continuará)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario