No hay reglas en el mundo que nos sirvan a todos.
Las únicas leyes inmutables bajaron del cielo
para influir en un mundo ávido de dioses
que hoy quedaron entre el olvido y la decepción.
Ellos salían, como tú y como yo.
Bajábamos al parque y entre todos nos preparábamos para el exceso.
Sin miedos ni prejuicios.
Eso era antes.
Ahora ya muchos se han convertido en señores y damas
que no pueden en público mostrar lo que desean y se meten en mundos que no conocemos
para dar rienda a sus asuntos.
Nunca les preguntes, no van a responderte,
pero si hablas de tus historias con ellos verás una sonrisa dibujada en sus rostros,
en el fondo quieren lo mismo,
en el fondo las leyes del animal las llevamos dentro.
Se dice que las cosas que caen al suelo no pasan de ahí,
pero el suelo de los humanos es diferente,
no basta con caer a tierra,
si no que no paramos de equivocarnos hasta que no estamos dentro de ella,
encerrados en esos tristes objetos de madera
o en las urnas que decoran excéntricas casas.
Ante esa verdad la gente saldría a la calle para no volver a entrar,
pero el miedo nos contiene,
el miedo a romper las barreras creadas artificialmente.
Es mejor esperar sentado en el sillón del sucio hospital
a que llegue el momento definitivo.
Adiós, ni nos oirán,
esperaremos al último momento para sincerarnos,
cuando no haya réplicas.
Sabes que preguntas y no van a responderte,
pero si hablas de tus historias con ellos verás una arruga marcada en sus rostros,
en el fondo querrían lo mismo,
en el fondo las leyes de la vida nos llevan por delante.
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