Pensaría que es el lugar más alto en el mundo,
con tanta inteligencia.
Al llegar te sientes importante, el número más alto de tu suerte
y sin embargo estás entre las neuronas más desgastadas del universo.
La profundidad de las conversaciones absorventes se medía con palillos
y las caras inmutables no contestaban a las preguntas
si no eran de sí o no.
¿Qué hacíamos allí?
Fingíamos buscar a alguien y era estúpido,
pues un torso andante no engaña sin relleno.
Son lugares laberínticos, sin minotauros pero con monstruos con espejos
que al mirar nos reflejan nuestra imagen,
sin distorsión, tal cual la destruimos antes de llegar
a ese extraño lugar.
No hay rostro que mostrar, no hay cabeza que vuelva atrás.
Dicen que en algunos lugares las trabajan, pero una vez exiliada
la recuperación es un milagro del tipo San Juan Autista.
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