jueves, julio 29, 2010

DESERTORES

I
Un breve telegrama llegó al asentamiento militar AF303E el 21 de agosto de 2xx3.
En él, en apenas un par de líneas se daban dos noticias importantes: la guerra estaba acabada, pero tantos años de contienda habían mermado las arcas del Estado y los soldados dispersos deberían volver por sus propios medios al campamento base.

Una guerra tan larga y cruenta, con tantos hombres caídos durante estos años merecía otro final.
Nadie sabe lo que es una guerra hasta que no se ve inmersa en ella.
Muchos soldados del asentamiento militar AF303E estaban allí para ganarse la vida, cual mercenarios. 
Ninguno pensó al iniciar el viaje que un ejército contrario tan inferior en medios podría resultar tan feroz y peligroso.
Pero así había sido. 

A lo largo de este tiempo muchos soldados habían sido repatriados en frías cámaras, dispuestos a ser enterrados en sus ciudades de origen. Algunos, más afortunados que los anteriores, volvieron antes de tiempo para recuperarse de las heridas de la contienda. 

Por su parte, otros soldados escaparon de la batalla evaporándose, a veces en solitario, a veces en pequeños grupos.
Estas deserciones no siempre tuvieron éxito: los hubo que fueron sorprendidos por el contrincante y ajusticiados en terreno enemigo. Otros, murieron a manos de sus propios compañeros por traidores.
Pero eso fue al principio, cuando todos creían en una rápida y fácil victoria. Después, no me equivocaría al decir que casi todos los soldados hubiera querido desertar.
Nadie sabe cuantos de los desertores del asentamiento militar AF303E habían tenido éxito en su intento.

Aunque ahora, todo daba igual.
El enemigo se rindió y el único objetivo era preparar el equipo y volver lo antes posible al punto designado para poder regresar al hogar.

El veterano M.R. reunió a sus hombres, no más de cuarenta.
Trazaron una ruta que les llevaría hasta las coordenadas del punto de encuentro.
Bajarían bordeando el río durante veintisiete kilómetros y después se encaminarían rumbo al noroeste a través de la carretera que conduce a la ciudad abandonada de Thul. 
Allí pasarían la noche y al alba saldrían en el mismo rumbo hasta la meseta de Al-Asshaim, que sería bordeada por las colinas para evitar posibles emboscadas.
Todos estaban de acuerdo. 
Una vez preparados los macutos, los hombres iniciaron la marcha.


II
La noche cayó en Thul.
M.R. tras fumarse en soledad un cigarrillo a unos metros de la ciudad, observó la luna y pensó en todo lo vivido en aquel territorio hostil. 
Miró al soldado que hacía guardia en la zona norte y se interesó por su futuro ahora que la guerra estaba acabada.
La charla se animó y los dos hombres se sinceraron, hablaron de sus miedos, del dolor por los amigos perdidos y de las ganas de reencontrar a sus familiares.
En mitad de esta animada charla, unos pasos sonaron acercándose hacia ellos. Un hombre caminaba en la noche, aproximándose lentamente. Su vestimenta era idéntica a la de los soldados que allí dormían, pero más sucia y rota en la zona de los hombros. Su rostro era sereno, de facciones cálidas y no parecía portar armas.
- Buenas noches camaradas - dijo. - Me sorprendió ver fuego en la ciudad abandonada y...
- Un momento - M.R. cortó la charla del desconocido. - ¿No es usted un soldado del asentamiento militar AF303E que se fugó hace dos semanas con cinco compañeros?
- Sí, mi nombre es Jan Válmez. Me fui junto a seis compañeros, pero nos dividimos en dos grupos. 
Yo me fui con Óscar Minos y Víctor Aguirre.
Seguimos esta misma ruta, pero un contratiempo nos impidió avanzar por la ruta establecida.
- ¿Qué tipo de contratiempo? - preguntó el soldado.
- Intentamos sortear la meseta por las colinas, pero el territorio es impracticable. Se pierde mucho tiempo y a poco que las fuerzas no acompañen puede ser una trampa mortal.
Hace seis días nuestros compañeros de fuga pasaron la noche aquí y llevaban la intención de hacer nuestro camino. Les advertimos del peligro de las colinas y, a día de hoy, deben estar cerca de la frontera tras atravesar la meseta. Supuse que los que estuvieran aquí quizás tuvieran planeado ir hacia las colinas y me sentí obligado a avisarles.
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M. R. callaba. No tenía claro si agradecer la información o mandar a ese desertor fuera de su vista.
El soldado, por su parte, desconfiaba de las palabras del antiguo compañero. ¿Y si fuera una trampa?
Por fin, M. R. habló.
- Soldado Jan, gracias por la información. Mañana consultaré con mis hombres y decidiremos el camino a seguir. Por mi parte, tengo que comunicarles que la guerra acabó. Nos dirigimos hacia un punto de encuentro desde el cual regresaremos a casa. Si quieren, usted y los otros dos pueden unirse a nosotros.
- Se lo agradezco, pero ahora ya no somos los mismos. Ni Óscar Minos, ni Víctor Aguirre ni yo, Jan Válmez, volveremos a casa. Cometimos un error y nuestro castigo será avisar a los que pasen por aquí acerca de los peligros de las colinas. 
- Somos el grupo que estaba más al este. Es probable que en meses nadie vuelva a pasar por aquí - respondió M. R. 
- Gracias, pero espero que comprendan que la misión de Óscar Minos, Víctor Aguirre y la mía, la de Jan Válmez ya no está con ustedes - contestó Jan. - Espero que sepan perdonar nuestra deshonrosa acción y que nuestra ayuda les sirva para llegar pronto a sus hogares.
Dichas estas palabras, Jan se levantó y volvió por el mismo camino. Los dos hombres que se quedaron le siguieron con la mirada hasta que la figura del antiguo compañero se perdió en la oscuridad.

- Soldado, mañana por la mañana atravesaremos la meseta, pero no iremos por la colina. No vi palabras de maldad en este hombre y, ya que desconozco las colinas, evitaremos los posibles riesgos de esa zona. Nos dividiremos en tres grupos.
Yo avanzaré en el primero y usted irá en el último. En caso de peligro, les avisaré y ustedes retomaran el rumbo previsto por las colinas - dispuso M. R. 
Tras estas palabras se fue a dormir.


III
A la mañana siguiente los hombres del asentamiento militar AF303E fueron informados del cambio de planes, aunque no se comentó nada acerca de los motivos ni de la visita de su antiguo compañero. 
Pasado el mediodía, el primer grupo llamó para informar del éxito en el paso de la meseta.
Los otros dos grupos se pusieron en camino y, una vez cruzada la meseta de Al-Asshaim se reunieron todos.

Los soldados del primer grupo se mostraban abatidos. Parecían tristes cuando en realidad deberían estar alegres por encontrarse en una zona bastante segura y tan cerca de volver a casa.
- Soldados, creo que a ustedes también les debo una explicación, pero primero acérquense a esos montículos y observen - fueron las primeras palabras que les dirigió M. R. a los grupos recién llegados. 

El soldado que vigiló la noche anterior en la zona norte, se acercó junto a sus compañeros a los montículos. 
En una especie de cruz de madera había tres placas metálicas colgando y, a los pies de los montículos, en un trozo de madera, con una navaja había sido grabado lo siguiente:
"Gracias por vuestra ayuda, sin la cual no habríamos sobrevivido en este terreno.
En memoria de Óscar Minos, Víctor Aguirre y Jan Válmez, cuyos cuerpos fueron encontrados y enterrados en este lugar el 14 de agosto de 2xx3".

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